miércoles, 5 de diciembre de 2012

Adiós soledad

Estaba Lara en la cocina de su propia casa, eran las 7:00 pm y  a sus 25 años esa se había vuelto su rutina:baño, cena y cama. Lo único que cambiaba era el plato que elegía utilizar a la hora de la cena, esta noche sería el de porcelana con flores amarillas que le regaló su bisabuela Irina. Mientras colocaba sobre la mesa este pedazo ovalado de arte y nostalgia, sintió que algo le tocó su hombro derecho, con la respiración de pronto agitada y una mirada veloz, posó sus ojos sobre su hombro…nada…no había nada, tal vez los diez años de soledad empezaban a hacer estragos en su mente. Giró la cabeza en dirección al refrigerador gris que gruñía como el mofle de un auto descompuesto —tendré que cambiarlo—pensó. En ese momento, su mirada se fijó en un hueco que había en la pared, ¡Diez años viviendo en esa casa y nunca lo había notado! Se alzó el vestido azul y se colocó de rodillas, asomó lo más que pudo sus ojos, le recordaba a una pequeña cueva, como si fuera la entrada a un mundo de fantasía. Mientras exploraba con la mirada, la perla que colgaba de sus orejas cayó al piso y rodó al interior del hueco, metió uno a uno sus dedos pero ninguno parecía ayudarle, así que corrió al cajón y sacó las tijeras más delgadas que tenía. Lara estaba desesperada, sentía que chocaba con pequeños objetos que había en el interior de la cueva y a su vez no lograba encontrar su arete, en uno de los movimientos bruscos escuchó una voz  gritando: “¡Calma, que vas a romper nuestro hogar!” Así que Lara sacó con suavidad las tijeras y  esperó…del hueco salió una familia formada por ocho ratones blancos de ojos morados, uno de ellos tenía su arete, caminó hacia ella y se lo dejó en la palma de su mano derecha, Lara le devolvió una sonrisa. Desde ese día la rutina de Lara no existe más y por las noches, en lugar de uno, pone ocho platos para cenar.

martes, 4 de diciembre de 2012