martes, 5 de febrero de 2013

Árbol genealógico


¿Estaba enferma?  Amanecí con la cabeza en plena demolición de creencias heredadas a través de los genes, y con seis centímetros más de escombro. Los galerones de mi mente, en cuyas paredes colgaban cuadros de colores que iban desde lo más oscuro a lo más claro, comenzaban a disminuir. Unos cuadros eran chicos, otros grandes, pero lo más inusual de éstos, era su capacidad de apoderarse de mis acciones, planeando y ejecutando mis movimientos; parase frente a uno de ellos era como apretar un botón de encendido con una dosis de caos garantizado.  Los clavos que los sostenían llevaban la leyenda de “inamovible”, así que cada vez que tomaba la elección de descolgar uno, mi cabeza entera temblaba. Ahora,  ésta me pesa como una tonelada, ¡es inhumano llevar tanto peso por la vida y no poder deshacerse de él por ser una preciada herencia familiar!
Un árbol genealógico había echado raíces cientos de años atrás, mujeres casándose con hombres para aparentar una falsa felicidad con tal de sentir que “son alguien importante”, hombres haciendo negocios por la sed inagotable que da el dinero, hijos siendo paridos entre máscaras sociales, así como una lista innumerable de normas, reglas y deberes que se transferían de una generación a otra, como basura en la sangre y como ley en la mente.
A pesar de ser un linaje familiar, ¡no lo tolero más! Creía estar enferma por no querer este estilo de vida bordado de finos modales, en donde ser mujer significa ser un frasco hermético que no se viste con exuberante alegría ni deja de sonreír aunque el dolor le queme viva, en donde el placer es considerado pecado  al igual que el llanto y cuya vida se encuentra perfectamente programada a cada segundo, mientras que en secreto, acumula odio por los hombres. Pero no, yo no estoy enferma.  Hoy mi alma quiere destruir de una vez por todas, el espacio creado en mi cabeza: muros, cuadros, sillones, árboles, pájaros, fantasmas, frascos y cuanto objeto inservible se encuentre a mi paso. Es necesario que los queme en la pasión de vivir. Tal vez el mundo me considere enferma, la verdad es que prefiero padecer una enfermedad llamada “locura” a ir directo al inevitable colapso de mi cuerpo. Adiós a los males de antaño que brotaron desde las profundidades del árbol genealógico. Hoy, no tengo raíces.

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