martes, 12 de julio de 2011

Día 21 de invierno (última versión)



La constelación de Orión fue la cómplice y el sutil pretexto para encontrarnos. Tres viejas amigas compartían en el firmamento la luz de la eternidad, mientras que un vals se tocaba en nuestros corazones.



Miré tus ojos azules como la turquesa que colgaba en mi collar, en ellos reconocí un mensaje oculto esperando a ser descubierto, me apresuré a interpretarte en la negrura de la noche y en el revoloteo de las mariposas, para segundos más tarde descubrir la invitación que tus palabras me hacían: "seamos un mismo eco".



Me aproximé cabizbaja a un centímetro de tu piel morena, perdida en lo blanco del suelo y en el tamaño medio de tus pies. Lentamente te volví a ver; en ese instante en el que el cálido aliento salía de tu nariz y se colaba por mi cabello, alcé mi mirada para así extasiarme con la sonrisa que pronunciabas con tus labios.



Entonces... sin siquiera pensarlo el deseo me llevó a recordar en tus labios el sabor de un durazno. En mi delirio por tu boca descubrí tus secretos, enterré mis temores y me enamoré de la eternidad del espacio que, con cada beso, entretejíamos.


Morí en el fuego de nuestra pasión, recordé aquel verano debajo de las grandes copas de los árboles que se alzaban majestuosos en el jardín de mi abuelo, para así renacer en tus brazos este día número 21 de invierno.

Creé historias cada vez que mis manos recorrían tu cuerpo. Soné con unicornios de alas doradas y ríos de arcoíris cada vez que con ternura besabas mis ojos. Con tu presencia me trasladé a un mundo fantástico de imaginación e inocencia mezclado con la más intensa pasión.

Junto a ti y en ese instante, volví a Ser Yo Misma.

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