viernes, 8 de julio de 2011

Desestructuración


Estaba distraída, sumergida en las voces que han declarado a mi mente como su territorio, y sin darme cuenta, lo platos de porcelana de la abuela Eloisa se me escurrieron entre los dedos.


Era el fin de mi sistema de creencias. Cada creencia una cadena, un barrote de la mohosa cárcel para ser "niña buena", en donde el pan y el agua son los buenos modales. El linaje de antiguas enseñanzas sembradas en el seno familiar y abonadas por la iglesia, yacían en el piso como polvo y arena.


Se rompió la sonrisa pintada, las clases de etiqueta, la furia en el guardapelo como ave enjaulada, los codos fraternizando con el aire, las rodillas rezando, la blancura de pies a cabeza, la respiración cronometrada, las emociones en caja, la intimidad censurada, la sensualidad cubierta con gruesas sábanas. Yo, muerta en vida, con mi mirada miope, con un virus carcomiendo mis entrañas, jugando a las conquistas para crear un oasis en el líquido vital de los hombres, en el absurdo nombre del amor. En un instante, eso se rompió. Se hizo añicos la mierda que me educó, quedándome como un útero sin concebir.


Rodeada de margaritas, clavo, aceite y alcohol, esperé a ser reprendida por atreverme a burlar las normas de mi educación. Esperé escuchar cadenas acercándose, pero ni un grillo cantó. Por primera vez en veinticuatro años, pude saborear el sonido del silencio.


Me quedé mirando absorta el agonizante pasado sobre un piso inerte, pero no estaba distraída para comprender que en un rayo de sol, mi alma sería volcán en erupción, para convertirme en cenizas y así destruir la vieja nación construida sobre ideas de sufrimiento, miedo y drama; regida por virtudes de arena, rituales que encadenan y oraciones falsas.


Contemplé la perfección de mis experiencias, la metamorfosis gestada en mi interior. Compredí que esa vida es una celebración, cuyo pase de entrada es estar sin equipaje, sin esos fantasmas que te hablan con sus lenguas voraces y sin engranes mentales.


Muerta en vida, renací al ser polvo con la porcelana de la abuela Eloisa.

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